En la anterior entrada sobre Halloween estuvimos viendo el origen más remoto de esta tradición, con los romanos uniendo la celebración celta del culto a los muertos a la suya propia y con gente disfrazada de animal asustando demonios.
Después se metió por medio el cristianismo, muy dado, igual que los romanos, a "si no puedes vencer únete a ellos". Esta forma de proceder "civilizó" las celebraciones que nos ocupan. Continuó el culto a los muertos, solo que adaptado a los cánones cristianos, y se estableció el recuerdo a esos pobres santos a los que no se les ha dedicado un día específico en el calendario.
Y este giro es el que nos lleva a celebrar el día 31 de octubre el All Hallow's Eve (Víspera de Todos los Santos) referencia cuya deformación nos da el nombre que todos conocemos: Halloween.
Los ancestrales adornos asusta-muertos han perdido su uso ritual para convertirse en simple decoración a medio camino entre lo siniestro y lo cómico. Disfraces de zombi, Frankenstein, fantasma con cadenas, superhéroe o El Zorro (sí, en esta noche vale todo) sustituyen a las pieles con que se cubrían nuestros antepasados para espantar demonios.
También se han mantenido otras tradiciones milenarias como las calabazas luminosas, el truco o trato o las historias de terror alrededor de la hoguera, costumbres de las que, con el único objeto de ser más pesados todavía y seguir poniendo a prueba la paciencia del lector, vamos a intentar averiguar su posible origen.
En cuanto a las calabazas talladas con una vela en su interior, es posible que, originalmente, en lugar de calabazas se utilizaran los cráneos de los enemigos muertos, pero hay una leyenda curiosa que intenta justificar su uso. Y es la historia de Jack o' Lantern, que, aunque se puede encontrar traducido como La Linterna de Jack, a mí me suena más a Jack el de la Linterna o, tomando el sentido coloquial de Jack, El Tío de la Linterna.
Después se metió por medio el cristianismo, muy dado, igual que los romanos, a "si no puedes vencer únete a ellos". Esta forma de proceder "civilizó" las celebraciones que nos ocupan. Continuó el culto a los muertos, solo que adaptado a los cánones cristianos, y se estableció el recuerdo a esos pobres santos a los que no se les ha dedicado un día específico en el calendario.
Y este giro es el que nos lleva a celebrar el día 31 de octubre el All Hallow's Eve (Víspera de Todos los Santos) referencia cuya deformación nos da el nombre que todos conocemos: Halloween.
Los ancestrales adornos asusta-muertos han perdido su uso ritual para convertirse en simple decoración a medio camino entre lo siniestro y lo cómico. Disfraces de zombi, Frankenstein, fantasma con cadenas, superhéroe o El Zorro (sí, en esta noche vale todo) sustituyen a las pieles con que se cubrían nuestros antepasados para espantar demonios.
Niños disfrazados en Galicia. 1917. (vozpopuli.com) |
También se han mantenido otras tradiciones milenarias como las calabazas luminosas, el truco o trato o las historias de terror alrededor de la hoguera, costumbres de las que, con el único objeto de ser más pesados todavía y seguir poniendo a prueba la paciencia del lector, vamos a intentar averiguar su posible origen.
En cuanto a las calabazas talladas con una vela en su interior, es posible que, originalmente, en lugar de calabazas se utilizaran los cráneos de los enemigos muertos, pero hay una leyenda curiosa que intenta justificar su uso. Y es la historia de Jack o' Lantern, que, aunque se puede encontrar traducido como La Linterna de Jack, a mí me suena más a Jack el de la Linterna o, tomando el sentido coloquial de Jack, El Tío de la Linterna.
Encontramos varias versiones del cuento. La más larga
(ya que estamos en plan pesado) nos habla de que el tal Jack era un
golfo y un borracho. El diablo vino a llevarse su alma, pero Jack, que, como todos los vividores, era un tío avispado, le pidió
un último deseo: una copa antes de marcharse, a lo que el diablo
accedió, convirtiéndose en moneda para que pudiera pagar.
Jack metió esa moneda en su bolsa, donde llevaba una cruz. Así el diablo se vio atrapado y Jack solo accedió a liberarle si no le molestaba más en los siguientes diez años.
El diablo (que por muy diablo que sea, en todas las leyendas sale escaldado) no tuvo más remedio que tragar, así que no volvió hasta pasado ese tiempo, momento en que Jack recurrió de nuevo al viejo truco del último deseo, que el diablo (que no escarmienta) también accedió a concederle.
Aquí encontramos dos variantes, una que termina con el diablo subido en un roble por petición del amigo Jack y otra subido en un manzano porque Jack quería una manzana. El caso es que encontramos a Satanás subido a un árbol y al beodo tallando cruces en su base (en la del árbol), con lo que el pobre diablo (nunca mejor dicho) se encontró de nuevo a merced de su supuesta víctima.
Esta vez nuestro golfo protagonista fue más tajante. Solo le dejaría bajar del árbol si le prometía no llevarle al infierno, promesa que, por supuesto, fue hecha.
Llegado el verdadero final de Jack, este se encontró con que no podía entrar en el cielo por su vida disoluta pero tampoco en el infierno por la promesa hecha, con lo que se vio obligado a seguir vagando por este mundo. Para alumbrarse en su caminar, el diablo le facilitó una brasa que Jack colocó dentro de un nabo que había vaciado para que no se apagara con el viento, siendo esa la costumbre que adoptaron los antiguos celtas, la de tallar nabos (sí, nabos, las calabazas vendrían después) y colocar en su interior un primitivo emisor de fotones.
Cuando los emigrantes irlandeses (de herencia celta ellos) se asentaron en América, se dieron cuenta de que era mucho más fácil tallar calabazas que nabos, descubrimiento que desembocó en las tétricas calabazas luminosas que podemos ver hoy y que, como decía antes, ya se tallaban en pueblos españoles desde mucho tiempo atrás.
Y, de momento, mientras los nuevos pobladores americanos van tallando sus calabazas, vamos a aprovechar para descansar de tanta letra. Nos queda un interesante final que no os podéis perder.
Jack metió esa moneda en su bolsa, donde llevaba una cruz. Así el diablo se vio atrapado y Jack solo accedió a liberarle si no le molestaba más en los siguientes diez años.
El diablo (que por muy diablo que sea, en todas las leyendas sale escaldado) no tuvo más remedio que tragar, así que no volvió hasta pasado ese tiempo, momento en que Jack recurrió de nuevo al viejo truco del último deseo, que el diablo (que no escarmienta) también accedió a concederle.
Aquí encontramos dos variantes, una que termina con el diablo subido en un roble por petición del amigo Jack y otra subido en un manzano porque Jack quería una manzana. El caso es que encontramos a Satanás subido a un árbol y al beodo tallando cruces en su base (en la del árbol), con lo que el pobre diablo (nunca mejor dicho) se encontró de nuevo a merced de su supuesta víctima.
Esta vez nuestro golfo protagonista fue más tajante. Solo le dejaría bajar del árbol si le prometía no llevarle al infierno, promesa que, por supuesto, fue hecha.
Llegado el verdadero final de Jack, este se encontró con que no podía entrar en el cielo por su vida disoluta pero tampoco en el infierno por la promesa hecha, con lo que se vio obligado a seguir vagando por este mundo. Para alumbrarse en su caminar, el diablo le facilitó una brasa que Jack colocó dentro de un nabo que había vaciado para que no se apagara con el viento, siendo esa la costumbre que adoptaron los antiguos celtas, la de tallar nabos (sí, nabos, las calabazas vendrían después) y colocar en su interior un primitivo emisor de fotones.
Nabos tallados (nosabesnada.com) |
Cuando los emigrantes irlandeses (de herencia celta ellos) se asentaron en América, se dieron cuenta de que era mucho más fácil tallar calabazas que nabos, descubrimiento que desembocó en las tétricas calabazas luminosas que podemos ver hoy y que, como decía antes, ya se tallaban en pueblos españoles desde mucho tiempo atrás.
Y, de momento, mientras los nuevos pobladores americanos van tallando sus calabazas, vamos a aprovechar para descansar de tanta letra. Nos queda un interesante final que no os podéis perder.
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