18 de junio de 2019

Se ha muerto la tele.

Seguramente Narciso (Chicho) Ibáñez Serrador haya sido el último integrante de esa generación de profesionales que convirtió una caja de madera con un lado de cristal en una fuente de entretenimiento inagotable. Pese a su modestia y a autodefinirse como tímido, en el ámbito profesional hizo gala de una valentía y una voluntad admirables, con producciones, en ocasiones, al límite de lo permisible en un país regido por la falsa moral franquista y una férrea censura, pero siempre cuidadas y alejadas completamente del mal gusto y la zafiedad tan habituales en el mundo de la televisión.

Hoy vemos reposiciones de alguno de sus programas y no sentimos la mínima turbación. No somos conscientes, cuando ya es muy difícil escandalizar al espectador, de lo atrevido y valiente de su contenido, producido en una época en que todo era pecado o delito.

Por poner un ejemplo, su Historia de la frivolidad, que se iba a titular Historia de la censura pero a los censores no les pareció bien, y que ganó varios premios internacionales, fue emitido en TVE en 1967 fuera del horario de programación. Es decir, terminó la programación (entonces la tele no emitía las 24 horas), apareció la despedida habitual hasta el día siguiente y, solo después, se pudo ver el programa. Y se hizo así por obligación. Televisión Española sí apostó por este argumento de Ibáñez Serrador y Jaime de Armiñán con vistas a darse a conocer internacionalmente, pero la censura, siempre velando por la integridad de la moral, no lo consideró apto para los castos ojos españoles. Sin embargo una de las normas para participar en el Festival de Televisión de Montecarlo era que el programa a concurso debería haber sido emitido con anterioridad, así que se llegó a ese término medio de emitirlo, sí, pero no.